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Limpieza de Correo: parte uno

27/7/2020

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​Me amenazaron. Me chantajearon. Se metieron en mi cajón de la mesa de noche y me dijeron cuántos Dolex tengo y cuando fue la última vez que escribí en el cuadernito que tengo allí.  Bueno, no fue así, tan así, pero lo sentí peor.  Al correo electrónico que tengo hace 20 años, que he dejado regado en tantas partes, llegó un mensaje asqueroso, amenazante y grosero. Cansada de lidiar con montañas de basura en el inbox y con rescates de correspondencia valiosa en el spam, decidí sepultar mi correo electrónico. Abrir uno nuevo. Empezar otra vez. Voy a cerrar esta vaina, me dije, pero no sin antes asomarme a lo que tengo aquí, una vida contada en cartas sin papel.  
Llevo dos días en la mina. Más de 4 mil correos, la mayoría basura. Mis correos empiezan en el 2007. El día en que lo abrí estaba en la sala de informática del colegio vestida de sudadera azul. No anticipé el doña Juana en el que se convertiría y los tesoros que hoy, desenterrando, encontraría.  Supongo que el  de la misma manera de quien se adentra en un basurero, en un basurero de verdad-verdad.

​Cosas inútiles, malolientes, sangrientas. Otras, escondidas en capas de polvo, todavía alcanzan a brillar. Unas cuantas, verdaderos tesoros. Esta limpieza de correo, este preámbulo de homicidio ha sido un viaje secuencial por los últimos veinte años de mi vida, determinantes y divertidos.

Para darles su justicia, y no enterrarlos en carpeticas de colores, quiero compartirlos con quienes allí aparecen y con los husmeadores de mi vida. No van en orden cronológico, más bien responden al impacto que me causaron ahora mismo, mientras reviso allí y escribo acá.  Los que me golpearon en el pecho con balas de asombro, nostalgia y recuerdo. Los que conectan mi vida y dan sentido al atrás; son mis puentes de guadua, mi sábana tejida. 

Me gusta guardar cosas, tener apegos sentimentales. Y estos mensajes largos que nos escribíamos antes de la maravilla que – también- es WhatsApp, son ahora tesoritos.  Todos esos párrafos, en pantalla y sin papel, se convertían en cartas, sucesos contados con detenimiento y detalle y enviados sin apuro ni afán de respuesta.  Uno se detenía y escribía. Y como la naturaleza del correo invitaba a ello, uno se concedía el lujo de escribir uno o dos párrafos sin interrupciones. Uno contaba y el otro escuchaba, o mejor, leía. Y luego, a los días, a las semanas tal vez, recibía respuesta y el ritual se repetía otra vez.

Entre todos mis correos he exhumado el primero que le mandé a mi familia la primera vez que vine a Australia. Mi viaje soñando, mi túnel de escape. A los 26 años me quise ir de Colombia, estirar mis límites. Intuía que el mundo era grande y que entre la ciudad y el pueblo no vería mucho más.  Hacer una maestría se tatuó entre mis cejas y entonces llegue a Sídney, por primera vez, el 8 de febrero de 2010. 

​Fue un año difícil, un triunfo triste. Fui y volví y juré, oh si juré, nunca volver. Hoy la ironía se asoma y sonríe. Me mira detrás de la puerta, me hace una mueca graciosa y se da la vuelta. Diez años después de aterrizar forzosamente en Australia, de devolverme para Colombia con la cabeza baja y una maleta rota, hoy escribo estas palabras precisamente desde Sídney, a la que ahora llamo mi hogar permanente.

De: alejandra grillo
Enviado el: Martes, 09 de Febrero de 2010 01:51 p.m.
Para: Grillo Juan; li grillo; Ma; marialejandra gomez; 
natazula

Asunto: Mi primer día en Australia

“Hola a todos, les escribo para contarles cómo me fue en mi primer día en Australia. Pues le cuento que con sólo 24 horas aquí ya voy entendiendo porqué esto es el paraíso y la gente que viene no se quiere ir”.

Así empezaba. Luego, nueve párrafos después, con ojos de terrícola en un nuevo mundo, hablo del clima, del color del mar, de la impresión que me causó saber que la gente salía a correr a la hora del almuerzo. Confieso que aprendí que Bondi, la famosa playa, se pronuncia Bondai. Se me ve la alegría y la ilusión. Se me ve ingenua pero esperanzada.

Este correo, y el último que le envié a mi hermana diez meses después, a punto de devolverme a Colombia cansada y triste, me golpearon mucho. Mi aventura, mi gran esperanza no habían sido lo que imaginaba. Mi sueño de libertad había tenido poco de living la vida loca y mucho de cuerda floja. Meses estudiando duro y trabajando duro. Lo primero que compré al llegar a Australia fue un frasco de vitaminas, sabía que de enfermar no habría quién me pasara un vaso de agua. Tal era la soledad.

Ese miedo me persiguió cada día. Ese y tener que cumplir con lo que había venido a hacer: un estudio lleno de ensayos en otro idioma, muchas horas de lectura, exposiciones, trabajos en grupo. Mis esperanzas de enamorarme de un surfista, de viajar por la costa australiana, de exprimir mis veintes y hacer todo lo que no había hecho terminaron siendo humo. Si el estudio fue duro, el trabajo lo fue más. Hacía café en turnos de cinco horas, calentaba la coquita del almuerzo y volvía a empezar.

En uno de los últimos correos que escribo antes de devolverme a Colombia intento resumirle a mi hermana lo que estoy sintiendo. Ya no quiero sino mi casa. Estoy cansada, triste, desorientada. Todo lo extraño, nada me pertenece y yo no pertenezco. Tengo el arrojo de decir que “en Australia hasta al mar le falta sal”.  He peleado con las personas con las que vivía, me han sacado humillada de su casa, peso 12 kilos más, tengo los pesos contados. Y entonces escribo:

From: alejandra grillo
Sent: Tuesday, 16 November 2010 12:20 AM
To: li grillo

Subject: RE: hello gussi guuu
 

“Lo de Melbourne creo que acaba de quedar cancelado. El cuento es que mañana me trasteo de aquí y arreglando cuentas con ellos resulta ser que todavía les debía miles de miles. Yo tenía otras cuentas en mi cabeza y estaba pagando por meses pero el cuento es que aquí es por semana.  En fin, todavía me toca pagarles 1700 dólares más que es prácticamente lo que tengo en la cuenta así que qué Melbourne ni qué ocho cuartos, a duras penas y raspando las quincenas que me deben en el café me queda para terminar de sobrevivir y llegar a Bogotá como llegaba el chulimóvil a las bombas de gasolina: de milagro.
 
Muy verraco Li, he trabajado como una negra y hasta el último centavo para dejarlo en esta casa de miércoles que además bien maluco que si he pasado porque este man no ha hecho sino estirarme trompa de aquí a Circasia (como dice Natalia)....pero en fin, ya son tres semanitas y listo. Y fresca porque la verdad ya le di check, super check a Australia. Yo por aquí no vuelvo, muchas gracias. Hay muchos otros lugares por conocer y además esto es muy lejos y putamente caro”.


Leer esto diez años después cuando la vida, a pesar de ocurrir bajo el mismo cielo y sobre el mismo suelo, es tan distinta me mezcla la sonrisa y la lágrima.  Cuando yo estaba en Australia en 2010 – o la primera temporada como le digo yo- no creí posible volver. No quería volver. Por mucho tiempo renegué de mi maestría diciéndome que no me había servido ni para limpiarme el culo. Claro, lo dije cuando volví a Colombia después de superar lo que a mí me pareció un reality difícil y encontrar no todo ya igual sino todo ya peor.

No imaginaba que una década después estaría de vuelta de manera permanente en Australia, que la vida ahora es lo que entonces no fue. Aquí, en Sídney, siento tranquilidad, ya no me falta nada. Mi vida fluye y encuentra su lugar.

El primer y el último correo de la primera etapa de mi vida en Australia me han sentado en la nostalgia de lo que nunca pensé que sería. Hay sarcasmo, claro, en que yo haya blasfemado de ese camino solo para terminar recorriéndolo muchas veces más. También hay un tufo de destino, un hilo desenvuelto, un solo pasa lo que va a pasar.
​
La limpieza de mi correo me cuenta que los años pasan rápido y con ellos nuestra historia. Más nos vale encontrar nuevas maneras de guardarla en un mundo que hoy se alimenta y nos hace vivir de cortos mensajes instantáneos.
 
 

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