Pasos de Elefante
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          Historias de Amor

Disaster Date - volumen 3

4/5/2014

 
Le Sommelier

Cuando empecé ésta, La Trilogía del Desastre, las historias que la componen vinieron a mi cabeza, una detrás de la otra. La última en llegar fue la que hoy presento, la que se entreteje en estas letras. Sin duda, para mí, la peor de todas. Tanto así que después de los hechos que a continuación se narran decidí dejar de salir en citas a ciegas, renuncié a la búsqueda azarosa, le dije no más a la vergüenza y reté a la vida: a ver, a ver con qué es que te vas a venir. El cóctel de mala experiencia, indignación y no hay derecho me duró poco porque muy pronto volví a las filas de mi filosofía, al riesgo que supone perder o ganar pero, en cualquier caso, vivir. ​
Este date, al igual que los anteriores, fue un chispazo de mi hermana. Es cierto que ella se ha atrevido mucho por mí. Sin pelos en la lengua y haciendo gala de su poder de ejecución, me sacó al practicante, me sacó al piloto que la llevó en el avión, me sacó al hermano de su amiga, me sacó a los amigos de su marido. Mejor dicho, tengan por seguro que ella me sacó al que, pasando sus nada fáciles filtros iniciales, pudo sacarme. De ahí en adelante que la cosa funcionara, pues… fue tan poco probable como pegarle a los seis números del Baloto: es decir, el amor, en cualquiera de sus escenarios, dado por cualquiera de sus circunstancias, sigue siendo una lotería, un juego de bolos donde hay que tener tanta precisión como suerte.

El caso es que incluso para ella, que tan acostumbrada estaba a este tipo de maniobras, la cuadrada de esta esta cita se salió de todos sus estándares y fue la primera y la última vez que lo hizo así: en medio de un proceso laboral.

Por aquel entonces mi hermana buscaba candidatos para un puesto de trabajo, gente como la que siempre quieren las empresas: lo más barato que se pueda pero: más preparados que un kumis, full bilingües, que vengan de la competencia para que sepan cómo es que es la vaina, que tengan al menos 12 años de experiencia pero que no sean mayores de 35, que tengan especialización, con habilidades de comunicación verbal y no verbal, con una carrera que claramente muestre ascensos, con destrezas para trabajar en equipo y dirigirlos, líderes, con alta tolerancia a la frustración y al riesgo, resiliente, con aptitudes para trabajar bajo presión y  eso sí – lo dicen porque todavía  creen que les suena bonito- dispuestos a  ponerse la camiseta y a correr la milla extra. 


​Y mi hermana que se gana la vida con eso y que es una maga para sacar conejos del sombrero pues sale y los consigue. Eso sí, en el proceso le toca entrevistar a mucha, mucha gente y el personaje de esta cita salió de una de esas entrevistas. 

- Hice una cosa… pero no te pongas brava, me dijo mi hermana cuando me llamó después de terminada la entrevista. 
- Ay Dios, ¿qué hiciste? Le respondí conociendo ese tonito que pone cuando hace una de sus gracias.

- Le dije a un candidato al final de la entrevista que si estaba recibiendo hojas de vida.

- ¿Cómo así?- le volví a preguntar ingenuamente- ¿no eres tú la que recibe hojas de vida?

- No, sí, mejor dicho: qué si quería salir contigo.

- ¿¡Qué!? Ay Li, ¿y eso no es como perjudicial para tu trabajo?

- No, fresca, fue porque terminamos en una charla muy informal y vi la oportunidad ¡tampoco creas que no sé lo que hago!- me respondió. 

Así que el candidato, quien sólo fue por una entrevista de trabajo, salió premiado: además de  la posibilidad de participar de un emocionante proceso laboral se llevó de ñapa una cita a ciegas con la hermanita. Y así, después de que mi hermana repartiera mi teléfono como quien ofrece muestras gratis en el súper mercado,  un buen jueves de cualquier semana el man me llamó, se presentó y tímidamente trató de explicarme, enredado entre las palabras, pisando sus propias sílabas, qué era lo que había pasado:

- Y entonces yo fui a una entrevista pero tu hermana… mejor dicho… no te estoy llamando para una entrevista, no, no, no… lo que pasa es que ella me dijo que tú, pues que tú y yo podíamos..

- Fresco, lo interrumpí, cortándole la agonía. Mi hermana ya me explicó, y pues chévere que salgamos, le dije yo, haciendo gala de mi cancha en las lides del amor y sus encuentros de gallina ciega.

Así que cuadramos y  acordamos ampararnos conjuntamente en la estrategia que mitiga un poco el oso, sirve de guardaespaldas y disminuye la posibilidad de silencios incomodos: tú sacas a un amigo y yo saco a una amiga. ¿Y adivinen quién fue mi amiga? Mi pobre prima que para ese entonces ya ni se quejaba, ya ni renegaba, ya ni me decía No, Tis, qué oso, no, ella ya toda entrenadita, ponía su mejor cara, hacía gala de su habilidad para el a lot of makeup y se colgaba la cartera diciéndome, bueno vamos. Lista y firme a enfrentar su destino, llena de fe, dispuesta a encontrarse con cualquier espantajo que le tocara por pareja.  

Cómo le agradezco esa fidelidad, cómo reconozco que fueron esas aventuras las que hicieron inquebrantable nuestra amistad, nuestra camaradería. Es que no cualquier le lleva la cuerda a este tipo de planes, muchos menos una y otra y otra vez. Pero si lo de mi prima es admirable lo del amigo de mí date sí que lo fue más: cómo les parece que ¡no eran ni siquiera amigos! Se habían conocido unos días atrás en un curso que estaban tomando (¡¿ah?!) y sin más ni más lo escogió para esa batalla. Verraco, pienso ahora, verraco mi date que logró montar en ese bus a un completo desconocido y verraco el desconocido que se fue subiendo sin más ni más.

Ese viernes nos recogieron en la casa de mi prima, sonó el citófono, tomamos el ascensor y bajamos a enfrentar lo desconocido. El portero abrió la puerta del edificio y entonces lo vi: era una mezcla de Dick Tracy y John Lenon. Todo en él era un poco caricaturesco: las gafas completamente redondas como las del Beattle,  el pelo partido hacia un lado, brillante y tieso en un claro exceso de Moco de Gorila,  una gabardina – ¿dónde carajos venden hoy gabardinas?- gris ratón que le llegaban hasta los tobillos y… y… un paraguas de los grandes, de mango de madera y terminación de gancho en la mano. 

- ¿Cómo estás? Lo saludé con toda la amabilidad de la que fui capaz mientras pensaba  ¿A qué hora entré al túnel del tiempo? ¿Será que esto era una vaina de disfraces? ¿Acaso mi hermana me está haciendo una broma?

Pero no, no era broma. Era en serio. Tan en serio como mi date quien se vestía así porque era un cachacazo de los pocos que sobreviven, un tipo atrapado en un cuerpo de adulto, un Benjamin Button que tenía el proceso de envejecimiento inverso, que era joven porque tenía escasos 25 años pero era viejo porque se comportaba y pensaba comb un adulto mayor, un lindo y tierno viejito de  60 ó 70  añitos.  

Nos montamos en su carro que no podía ser otro que un Volkswagen escarabajo del año 70. Todo un clásico, no lo dudo. Bien tenidito y todo, apenas como para que lo viera mi papá. Su amigo/no amigo estaba en la parte de adelante, así que se bajó y nos corrió la silla para que nos pudiéramos montar a esa belleza de coupé. Y me imagino que en parte por la inexperiencia, en parte porque ni siquiera le tenía confianza a  Dick Lennon,  no se subió a la parte de atrás – como dicta la etiqueta y el sentido común- no, sino que se quedó ahí parado hasta que mi prima y yo entendimos que las que teníamos que hacer era subirnos las dos a la parte de atrás, así que cual paseo bugueño[1] terminamos ellos dos adelante y nosotras dos atrás. 

Bueno, pensaba yo, esto se compone, esto se compone. Ahora ya nos bajamos todos del carro y aquí no pasó nada. 

- ¿Entonces qué? Pregunté yo tratando de darle la vuelta a la situación. ¿A dónde vamos?

- Tú no te preocupes, ala- me dijo Dick- que las voy a llevar a un sitio buenísimo, buenísimo.

Chévere, pensé. El tipo tiene iniciativa. 

- Es un restaurante donde venden una comida exquisita, como para chuparse los dedos.

¿Restaurante? Pensé yo ¿no sería mejor como un Pub?, ¿Algo como para una cerveza y ya? Pero no me atreví a decirle nada, no, tampoco, el man es un caballero, pensé, dejemos que despliegue toda su galantería.

Así que llegamos al sitio y qué les digo yo. Hagan de cuenta que el lugar  es adecuado como para un almuerzo de trabajo, como para un almuerzo cualquier día, como para ir a la luz del día. Y es lógico, los lugares como las personas, tienen personalidad. Y los planes tampoco son ajenos a ello: por eso es que a través de las atmósferas se puede detectar tan claramente las intenciones y los destinos que con seguridad tendrán las citas. 

Y este restaurante era como para todo menos para una cita. Para empezar tenía luz y mucha. Es decir, los planes nocturnos se caracterizan por ser a media luz, como con velita, como  rodeados de un ambiente que lo hace saber a uno claramente que es de noche. Bueno, este lugar estaba absolutamente iluminado por lámparas fluorescentes, de esas que además de dar dolor de cabeza, lo hacen ver a uno inmundo.  La iluminación de baño de centro comercial era sólo el principio porque las mesas ¡tenían mantel! Sendos trapos de cuadros rojos y blancos cubrían unas muy bien dispuestas mesas cuadradas que en todo caso estaban absolutamente desocupadas: esa noche éramos los únicos comensales de aquel lugar. Los meseros, por su parte, estaban vestidos con  corbatines rojos que les hacían un lindo juego con los chalecos del mismo color y los siempre muy relucientes y despercudidos blancos guantes. 

- ¿Qué tal?, ¿Bonito, no?, nos dijo Dick mientras se quitaba la gabardina y se la entregaba al mesero.

- Sí, sí, está chévere, asentimos mi prima, el desconocido y yo que al final estábamos en el mismo Club y compartíamos la misma cara de sorprendidos.

Nos sentamos a la mesa y nos trajeron la primera carta: la de vinos. Y ahí Dick se transformó, sus ojos empezaron a brillar, sus manos tomaron rápidamente el pliego forrado de cuero, lo abrió, señaló la primera página y empezó a hablar:

- Uy, yo soy un duro en vinos. ¿No les conté? Es que yo hice un curso de enología, entonces me conozco todas las cepas. Es más, hace un año visité los viñedos de Argentina y ahí me dijeron que yo tenía mucho talento para esto. 

- Ay, qué chévere, se me ocurrió decirle a mí, un poco por cortesía, un poco por ampliar el tema de conversación e incluirnos a todos. Cuando hay tantas opciones cómo debe saber uno qué pedir, pregunté.  

- Pues a mí me parece - inició la frase el desconocido para empezar a dar su opinión-  que…

- Mira- lo interrumpió Dick sin siquiera disculparse, sin notar que su recién conocido estaba tratando de dar una opinión. Lo mejor es empezar por saber del clima, es decir ubicarse en las latitudes geográficas que son aptas para el vino, por ejemplo…

Y ahí empezó el discurso más largo y aburrido que jamás he oído sobre vinos. Por mis oídos, y durante al menos 25 largos minutos, pasó una perorata que aunque trataba de responder la pregunta inicial estaba tan llena de detalles, de incisos explicativos, de anécdotas propias que no dejaron espacio para que ninguno de los tres complementara, opinara o metiera una cucharada. Por ese largo discurso y de la boquita de Dick salieron palabras tan irrisorias como isotermas, microclima, rotindufolia y taninos que me hacían pensar, juemadre: o yo soy muy bruta o este man, de verdad, es un personaje de otra época.

Y así pasó y así siguió sin que hubiéramos podido ordenar, sin que hubiéramos podido hablar hasta que mi prima, valientemente y como para salvarnos de una vez de una conversación que se alargaba cual melcocha, lo interrumpió:

- Listo, entonces pidamos un vinito ¿no? 

Y antes de que el desconocido o yo pudiéramos respaldar la idea – que era obvia después de la lección que acabábamos de recibir- Dick se apresuró y dijo:

- No, no, no, el vino es muy caro. ¡Mozo, tráiganos cuatro  cervezas!

¡WTF! Volví a pensar entregándome a mi destino, bajando mis armas y dejándome ir por esas aguas turbias que arrastraban el momento, mirando el reloj y viendo que eras las 8:35 p.m. y que hasta ahora empezaba ese Tic Tac infinito del infierno que se abría a nuestros pies. 

Nos trajeron las cervezas y la comida y les aseguro, les aseguro que nadie más, además de Dick, volvió a pronunciar palabra.  Nunca me preguntó a mí o las demás qué demonios hacíamos en la vida, si laboras o te educas, si nos gustaba esto o aquello. En cambio nos contó cómo se desarrollaron cada una de sus heroicas proezas laborales y cómo él y sólo él había llevado a cabo una estrategia nunca antes vista que permitió que la productividad y el rendimiento de su empresa subieran nosecuanto por ciento y que esto y lo otro y lo otro y esto. En fin, un discurso tan narcisista departido desde un pedestal autoconstruido que, me hizo estar segura, este personaje no sólo debía dormir con una piyama de paticas sino que debía levantarse por las mañanas, mirarse al espejo, mandarse besitos y decirse: cómo soy de putas.

Miradas cómplices empezaron a surgir entre los otros tres seres humanos que estábamos en el lugar. Ya nos habíamos dado cuenta que el man estaba un poquito chiflado, que la cita era un desastre, que era más entretenida una misa y que no podíamos hacer nada distinto a seguir asintiendo y sonriendo, con los ojos brillantes y esa inevitable mueca de burla que se asoma por la comisura de la boca levantando un poquito la punta del labio.   

Cómo sería que recuerdo vívidamente que me excusé y fui al baño, pero no para orinar o lavarme las manos, sino para reírme, para poder soltar la carcajada que tenía atravesada desde que nos recogió, para poder cambiar una risotada por una bocanada de aire, para soltar el rictus que tenía en la boca y liberar el disimulo. ¡Qué alivio! Fue la entrada al baño más placentera y liberadora de mi vida.

Luego volví a la mesa y seguí asintiendo, sonriendo de a poquitos, diciendo ajá, claro, cómo no, sí, sí, no, no, mhh, claro, entiendo, entiendo y todas esas palabras que aceitaban su eterno soliloquio. Por fin terminamos de comer, llegó la cuenta y Dick sacó un esfero, le dio la vuelta a la factura y empezó a echar número. 

Lo que faltaba- pensé- nos va a cobrar. Si lo que debería es darnos propina después de habernos aguantado todo esto.  Y sumaba y restaba y le daba la vuelta a la factura, la miraba y  de nuevo hacía cuentas.

- ¿Qué pasa hermano?, le preguntó entonces el desconocido.

- ¡Pues que nos están cobrando $2.000 pesos más!, dijo serio, indignado.

- Ay, no pasa nada, dije yo, como para acelerar la cosa y podernos ir. Dejemos así. 

- ¡Claro que no!, repuso ¡Mozo, está cuenta esta mal!, dijo mientras levantaba la factura en la mano batiéndola en el aire.

Así que el mesero vino, escuchó sus quejas, se llevó la factura y nos dio 15 minutos más de dicha mientras la corregían. Finalmente volvió, pagaron la cuenta divida entre Dick y su amigo, nos levantamos todos de la mesa y nos dirigimos al Volkswagen.

Dick nos llevó de nuevo a la casa, se bajó del carro, me abrió la puerta y serio, perdido, me dijo:  

- ¡Cómo pasamos de rico! Espero que se repita. 

Las citas a ciegas nunca serán un terreno suave. Si no es fácil salir con un conocido, imagínese usted pues la vaina con un completo desconocido. En este caso creo que los nervios exacerbaron lo peor de la personalidad de Dick y su ego, que probablemente tenga algo de control en otros escenarios, se rebotó y se hizo inmanejable. Al igual que  en los anteriores episodios  de Disaster Date, estoy convencida de que este personaje es un buen tipo y de que sí, la cita fue un circo de principio a fin,  pero en el fondo sus sentimientos e intenciones nunca fueron perversas. 

- Sí, claro- le respondí yo con una mentiraza en la cara, completamente incapaz de decirle ni borracha vuelvo a salir. 

Cuando las horas se fueron y llegó una nueva mañana sonó mi teléfono: 

- ¿Cómo te fue anoche?, me preguntó mi hermana muy a las siete en la primera llamada del día. 

-  Li- le dije seria-  de verdad, no me vuelvas a sacar a nadie más. Te juro que prefiero quedarme sola.

Y sola me quede algún tiempo. El suficiente como para pasar el trago amargo y volver al ruedo, con la cabeza en alto y preguntándole de nuevo a la vida: a ver, a ver, con qué te vas a venir. Sólo el tiempo me demostraría la potencia con la que la condenada me respondería a esa pregunta. 

Notas al pie:
1.     Las crónicas retornarán a su publicación quincenal habitual porque la verdad a quien las escribe no le da el tiempo para tanto ;) 

2.     De verdad, si les gustan estas historias ayúdennos a compartirlas en sus redes o contarles a sus amigos y conocidos. Entre más gente nos lee, más nos animamos a escribir.


3. Paseo Bugueño es una expresión coloquial que se usa comúnmente para burlarse de las situaciones en las que en los carros o en las fiestas los hombres y las mujeres se ubican, sin mezclarse, en espacios opuestos.  Buga es una pequeña ciudad del Valle del Cauca colombiano.
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