Pasos de Elefante
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          Historias de Amor

Cajoncitos de año nuevo

12/1/2017

 
​Basta darse una pasada por Facebook para quedar más empalagado que después de haberse comida una totuma de arequipe con la cantidad de mensajes, propósitos, mantras y frases que la gente pone aclamando un nuevo año que, esperan, sea mejor que el anterior. Llaman al dinero, llaman a la prosperidad, llaman a la salud y cómo no, cómo no, llaman al amor. Es gracioso, pues llevamos doce meses viéndonos las mejores poses, alardeando de nuestros grandes viajes, buenas fiestas, asensos de trabajo y de sueldo, pero aquí estamos, el 31, como pollitos asustados, convencidos de que Dios lee Facebook, invocando a los Ángeles y cubriéndonos con el sagrado manto de la virgen para que nada, nadita nos toque en el nuevo calendario.
En fin. Que yo también tengo mis agüeros, ¡qué voy a decir que no! Y ahora he adoptado una palabrita – porque de lo ridícula es hasta poderosa - y ando decretando a diestra y siniestra todo lo que quiero para mi vida. ¡Más vino! ¡Más ginebra! ¡Más plata por favor! En realidad la energía se nos va, se nos fuga del cuerpo detrás de dos grandes espejismos: la búsqueda del amor y del sentido (laboral) de la vida.

Ahí están las dos grandes metas de nuestra moderna existencia. Encontrar quién nos quiera, supla las carencias afectivas y se encargue de lidiar con rarezas y traumas, y hallar cómo ocupar nuestros días una vez somos adultos y tenemos que enfrentarnos a este cuento, puro, duro y sin manual de instrucciones.  Somos hormigas en la eterna lucha: cómo conjugar nuestra vocación (descubra primero su vocación señor, hágame el favor) con las oportunidades que el azar nos ha puesto como migajas y lograr, en una fantástica explosión pirotécnica, que nos paguen por ello.

Vemos tan poco que reducimos la infinitud de la vida a dos cajones. Tres, si se tiene hijos.  Tan estrechos en perspectiva somos que cualquier curso de yoga nos hace asombrarnos al descubrir que estas cositas son pequeñeces pasajeras, que tanta preocupación, tanto meme de auto superación, tanto Walter Riso son curitas para el alma. Curitas para el alma, buen título para un best-seller sobre el sentido de la vida.  Pero ahí nos encerramos, solitos, dando vueltas como el perro que se busca la cola.  

Yo también me la paso entre mis dos cajoncitos claro que con la conciencia de que existen. El del amor, afortunada yo, me ha salido regio. Y en parte, y contradictoriamente, es por eso que este blog ha dormido pacíficamente por casi dos años. Me he dedicado a disfrutar de un amor tan grande, tan profundo y tan poco dramático que los cables de sufrimiento que antes conectaban mi cabeza y mi corazón, y eran el alternador de las crónicas, se sulfataron. Mi amor no tiene drama. Mi amor no vende. Qué le vamos a hacer.

En la paz de mi hogar, sin peleas, sin cuernos, sin problemas financieros, sin celos ni dificultades de convivencia y con los molestias familiares a miles de kilómetros de distancia, Nicolás y yo nos miramos la cara y nos decimos: si nuestra vida fuera un reality no lo vería nadie. Es verdad. Igual, estará presente,  voy a escribir de él, porque ya no lo puedo separar de lo que soy y quiero contarle, a quien lo quiera oír, a quien ande en la búsqueda, que estas historias sí existen y que a ellas también se llega.

En cambio, el cajón profesional ha sido un dolor en el culo (A pain in the ass). Pero no por haber tenido muchos pobres trabajos (que también) ni por encontrar que la comunicación social es una carrera sólo buena y bonita en las aulas. Sino por chocarme una y otra vez con ese rol con el que tenemos que salir a definirnos en la vida: soy en lo que trabajo, no, mejor, soy en dónde trabajo. Y por eso cuando conocemos a alguien no  tenemos nada mejor que decirle que y tú ¿en dónde trabajas?  Por la dificultad en cavar otra opción y salirnos del ejército, sea ya de empleados, sea ya de emprendedores, que buscan y buscan y buscan un sentidito a su vida a través de su labor. Es por esto que los libros de autoayuda, descubre tu potencial y sé tu propio jefe se venden como pan horneadito.

Y ahí estoy también yo, a miles de kilómetros de Colombia, aspirándome las cucarachas inoculadas desde la infancia por una sociedad de estratos, clases y castas. Tomando nuevos caminos y con la determinación  de hacer comunicación (leer, escribir, publicar en Facebook) sólo por el placer de hacerlo. Después de casi nueve años haciendo de todo en este camino laboral puedo decir que es un trabajo aburrido, subvalorado, malagradecido, lleno de presiones y muy mal pago. Aunque estoy casi segura que muchas otras, sino todas las profesiones, podrían decir lo mismo.

Así que Pasos de Elefante vuelve pero ya no solo van las crónicas de amor y desamor propias (escasean las verracas), sino todo lo que se me atraviese. Soltando amarras, templando velas y lanzándome al mar. Por supuesto, va el mundillo laboral y todas sus asperezas. Las entrevistas de trabajo -ese show de la mentira, que ¡pase el mejor candidato!-; la experiencia laboral – esa hoja de vida engrandecida de logros y objetivos; y que no falten las descripciones de cargo – esos imposibles que no creen en la complejidad de las personas sino en robot-pedidos a la medida de Westworld-.

Y todo lo que va, ahí, in between, mientras la vida me vive y yo, como todos los demás, espero lo mejor de este año. Amigos que se acaban, sociedades que se mueren, cambios de carrera, el panorama de un nuevo país, el firme convencimiento de que es más egoísta tener hijos que no tenerlos, échenlo todo a la olla. Todo lo que me haga girar las tuercas y estirar los pensamientos.
​
Que si Sascha Fitness tiene millones de lectores hablando de dietas y Yuya billones mostrando cómo maquillarse, con que a mí, que no toco temas tan trascendentales, me lean dos o tres quedo feliz.  Salud, pues, por nuestros cajoncitos y nuestros propósitos de año nuevo. ¡Decreto que se nos cumplan todos!
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